El Censo de 2022 en Brasil revela una profunda transformación en el panorama religioso, desdibujando la idea de una transición lineal hacia una mayoría evangélica y confirmando un país más plural. Si bien el catolicismo sigue siendo la religión mayoritaria, su proporción ha continuado su marcado descenso, manteniendo una tendencia de pérdida de dominio. Por su parte, el crecimiento de los evangélicos se modera, siendo más lento de lo que muchas proyecciones anticipaban.
En contraste, el número de ciudadanos que se declaran sin religión ha aumentado significativamente, superando el 9% de los brasileños. Además, los seguidores de religiones afrobrasileñas también han registrado un crecimiento notable, atrayendo incluso a creyentes blancos, lo que prácticamente triplicó su presencia en la última década. Estos datos sugieren que la dinámica actual no es un simple proceso de sustitución, sino una progresiva diversificación del campo religioso.
Los resultados del censo refutan la tesis que proyectaba a los evangélicos como mayoría para la década de 2030. Sociólogos como Paul Freston han argumentado que es improbable que los católicos caigan por debajo del 40% o que los evangélicos superen el 35% de la población, destacando la naturaleza activa y adaptativa de las dinámicas sociorreligiosas.
A pesar de no alcanzar la mayoría demográfica, el segmento evangélico ha consolidado una considerable influencia política. El Frente Parlamentario Evangélico (FPE), conocido como el "Caucus Bíblico", es uno de los grupos más cohesionados e influyentes del Congreso Nacional. Su agenda conservadora ha impactado en debates clave sobre temas como la educación, la familia y los derechos reproductivos. Esta influencia se debe, en parte, a su gran capacidad organizativa y su expansión territorial.
La expansión evangélica se sustenta en una estrategia de proximidad social. Abrir una iglesia es un proceso sencillo en Brasil, con un promedio de 17 nuevas congregaciones evangélicas al día solo en 2019. Esta presencia territorial les permite ofrecer no solo servicios religiosos, sino también asistencia social —como distribución de alimentos, tutorías y asesoría legal—, conectando estrechamente con poblaciones más vulnerables y con bajos niveles educativos. No obstante, esta cercanía genera paradojas, pues en ocasiones los discursos de resiliencia y aceptación compensan la ausencia de políticas públicas estructurales.
El censo también destaca la creciente movilidad y permeabilidad entre tradiciones. La población negra ha aumentado en las iglesias evangélicas, al mismo tiempo que las religiones afrobrasileñas atraen a más creyentes blancos, diluyendo la idea de bloques religiosos rígidos y homogéneos.
En definitiva, Brasil emerge como un laboratorio sociorreligioso. La "explosión evangélica" no se materializó como se anticipaba, pero el pluralismo religioso es la nueva realidad. En este escenario, la hegemonía católica declina, el evangelicalismo mantiene su poder político, las religiones afrobrasileñas demuestran vitalidad más allá de su base histórica y los no religiosos avanzan de forma constante. Comprender este pluralismo es clave para entender las tensiones y posibilidades del futuro brasileño.