Uno de los mensajes más claros del debate entre los candidatos a la vicepresidencia —Edman Lara, del PDC, y Juan Pablo Velasco, de Alianza Libre— fue la afirmación contundente del excapitán: “hay plata”. Una frase aparentemente inocente, pero cargada de la lógica populista que ha llevado al país al borde del colapso.
Lara no habló de soluciones, ni de reformas, ni de un plan concreto para enfrentar la crisis. Se limitó a repetir que hay dinero, que el Estado puede seguir subsidiando el diésel y la gasolina y que todo se resolverá con una “mejor administración”.
Decir es el reflejo de un discurso que prefiere sostener el espejismo del estado proveedor antes que asumir la urgencia de un ajuste serio. Durante más de una hora, Lara se dedicó a atacar a Velasco, esquivando las preguntas esenciales: ¿cómo se reactivará la economía?, ¿cómo se recuperará la confianza del inversionista?, ¿qué se hará con el déficit fiscal que asfixia las cuentas públicas? Ninguna respuesta. Solo el eco de una vieja consigna: mantener los subsidios, no despedir empleados públicos -tal como lo ha prometido Rodrigo Paz- y seguir inflando un aparato estatal que ya no se sostiene.
Esta narrativa populista parte de misma idea de Luis Arce, que la crisis es “inventada”, que los medios y los analistas exageran. Pero la crisis no es una abstracción. Está en las calles, en los surtidores vacíos, en la inflación que devora el salario, en el cierre de empresas, en la pérdida de empleos. Decir que “hay plata” es una forma de ocultar la magnitud del daño y de justificar la continuidad del modelo que nos trajo hasta aquí.
Lara jamás admitirá que el Estado, el modelo socialista y el populismo han sido los culpables de la crisis y no tardará en atribuir los problemas a la empresa privada, al empresario “egoísta” y al mercado “abusivo” de todos los males. Es la vieja receta que propone concentrar poder, castigar la productividad y expandir la dependencia estatal. Lo grave es que ahora se presenta como una versión “mejor gestionada” del mismo modelo fracasado. “Socialismo bien administrado”, le llaman.
Lamentablemente Velasco no refutó con firmeza la mentira central de su contrincante. Tampoco logró explicar con claridad cómo acabaría con la escasez de combustibles ni cómo reduciría el tamaño del estado sin agravar la pobreza. Su discurso, tibio y técnico, perdió fuerza frente a la demagogia agresiva de su oponente.
La comparación con Javier Milei en Argentina es inevitable. Milei dijo con crudeza: “no hay plata”. Y sobre esa base, emprendió un programa de reformas que comienza a mostrar resultados: baja de la inflación, recuperación de reservas, mejora de la confianza empresarial y reducción del gasto público. Entendió que sin sincerar las cuentas no hay futuro posible. En Bolivia seguimos atrapados en el espejismo del dinero infinito.
Decir que hay plata es seguir negando el colapso. Es una invitación al despilfarro, a la continuidad del paternalismo estatal y al rechazo de toda reforma estructural. Es perpetuar el modelo del “papá Estado”, que todo lo da y todo lo controla, pero que no produce nada. Esa lógica solo conduce a más déficit, más deuda y más pobreza.
Si seguimos creyendo que hay plata, la fiesta continuará hasta que no quede nada por gastar. Y cuando eso ocurra, no habrá discurso populista que tape el sonido del derrumbe. Lo que hay es una urgencia moral y económica de decir la verdad y empezar, de una vez, a reconstruir el país sobre bases reales.