Cuando llega un paciente de extrema gravedad a un hospital, cuyo diagnóstico es complejo y multicausal, ningún médico asume por su cuenta y riesgo el tratamiento. Nadie cae en la arrogancia de apropiarse del enfermo y tratar de curarlo en solitario y con sus limitados medios y conocimientos, pues las consecuencias serían nefastas. En estos casos se recurre a una junta de profesionales que evalúan la situación; entre todos llegan a un consenso sobre lo que se tiene que hacer y el grupo asume el compromiso de llevar adelante la terapia más apropiada.
En el caso del enfermo crónico llamado Bolivia, no solo que cada uno quiere jalar para su lado y todos dicen tener la receta perfecta, sino que estamos lidiando con un gobierno que insiste en llevar a la muerte al país, tal como lo demuestra la tozudez de continuar con un modelo económico catastrófico, que, según sus impulsores, tiene apenas algunas pequeñas fallas y que basta y sobra con algunas aspirinetas.
Menos mal que la gente ya se dio cuenta de que el país marcha con el peor piloto que se haya visto en la historia, que ha identificado a los culpables del descalabro y le dan nulas probabilidades de continuar al mando. El problema es que, como alternativa, otra vez existe un ejército de voluntarios, cada uno con sus inyecciones y sueros listos para hacer revivir a la nación postrada, que no puede sembrar, que no puede producir y que, por primera vez en 200 años, está amenazada de una hambruna.
Hay quienes están haciendo grandes estudios para dar con el indicado, alguien fuera de serie, un Milei o un Bukele, pero así encontremos uno mejor que ambos, todos sabemos que en Bolivia somos expertos en ponerle palos en la rueda, mucho más cuando se trata de alguien que busca hacerle bien al país.
Uno de los tantos hechos que quedaron demostrados hace poco con el bloqueo de 24 días es que, así lo llamen “cadáver político” al cocalero Morales, tanto él como la enorme cantidad de criminales políticos que abundan en el país son capaces de estrangular a los bolivianos, dejarlos sin comer, tumbar gobiernos y poner de rodillas a quien venga, y no hay policía ni fuerza armada capaz de evitarlo.
En 1985, cuando Bolivia había tocado fondo, ni Víctor Paz ni nadie hubiera podido dar un solo paso de no haber sido por el gran consenso que se logró alrededor de su liderazgo, que le permitió llevar adelante reformas profundas, ajustes dolorosos y aplicar políticas de enorme impacto, pero también poner en su sitio a todo aquel que amenazaba con prolongar y profundizar el estado de agonía en el que se encontraba el país.
Hoy no basta con tener apoyo popular, con ganar elecciones y encabezar las encuestas. Se necesita de una combinación de varios factores, que incluyen, por supuesto, la popularidad y al mismo tiempo, capacidad de atender un paciente terminal en materia económica, social, política, pero también moral. Necesitamos recuperar la producción paralelo a salvar la justicia y la democracia, sacar a Bolivia del fango del narcotráfico, revitalizar las industrias estratégicas y darle un horizonte de viabilidad al país. Eso no lo puede lograr una sola golondrina; hace falta el concurso de toda la bandada.
Uno de los tantos hechos que quedaron
demostrados hace poco con el bloqueo de 24 días es que, así lo llamen “cadáver
político” al cocalero Morales, tanto él como la enorme cantidad de criminales
políticos que abundan en el país son capaces de estrangular a los bolivianos,
dejarlos sin comer, tumbar gobiernos y poner de rodillas a quien venga, y no
hay policía ni fuerza armada capaz de evitarlo.