Cuando el viceministro de régimen interior,
Johnny Aguilera dijo que la policía boliviana es mejor que el FBI de Estados
Unidos, tenía razón y no es porque nuestros muchachos de verde olivo sean unos
genios, sino porque ocurren cosas que hacen dudar de la teoría de la evolución.
De a poco se van conociendo los detalles del atentado que sufrió el ex
presidente de Estados Unidos, Donald Trump y las conclusiones son alarmantes.
El servicio secreto, una de las unidades mejor entrenadas del mundo, ha dicho
que no vio al muchacho que disparó contra el candidato repùblicano, porque un
árbol se lo impedía. Dos policías custodiaban el interior del edificio donde
subió el asesino para disparar. Otro que estaba cerca lo vio, trató de bajarlo,
se le cayó la escalera y no halló la manera de neutralizar al joven. Horas
antes de ejecutar los disparos, los padres del chico llamaron a la policía
local para denunciar que su hijo había desaparecido junto con un rifle de alto
poder y nadie hizo nada. En el pequeño pueblo donde vivían, el francotirador
compró mil balas esa misma mañana y no despertó las sospechas de nadie. Por
último, se ha conocido que la directora
del servicio secreto es una vieja amiga de Joe Biden, sin mayor experiencia en
un cargo tan delicado. Antes de asumir en la Casa Blanca fue jefa de seguridad
de la compañía Pepsi. Eso pasa aquí y en Estados Unidos cuando las
instituciones se politizan.